sábado, 28 de febrero de 2009

Ilusiones de control, una respuesta.

Cuando hablamos de regular el mercado aparecen un montón de fantasias relacionadas con frenar la avaricia excesiva. Sospecho que una buena porción de personas que leen "control de los mercados" piensa en este maravilloso (e inexistente) método para limitar a millonarios ambiciosos y su poder.

¿Cuáles pueden ser en realidad los abusos de los peces gordos?

Dentro del libre juego del intercambio lo único reprochable es vender algo distinto de lo que la contraparte ha comprado, es decir, engañar. Un ejemplo podría ser vender paquetes de aciones y bonos que lleven engrapadas (y ocultas) hipotecas subprime. En este caso la tal regulación no sería más que la puesta en práctica de los procedimientos pertinentes para esclarecer si ha habido engaño y, si resulta que sí, regresar al estafado su dinero y muy probablemente alguna indemnización.

Las recientemente desveladas estafas de Madoff y Stanford ejemplifican lo comentado. Si el estado se encargase de idear vías legales para que los estafadores tuvieran que pagar todas sus deudas más indemnizaciones hasta que estuvieran saldadas por completo, haciendo uso de su dinero y bienes personales, y dejándoles en justa miseria posiblemente de por vida; éstos crímenes serían un poco menos frecuentes.

Pero en general las instituciones gubernamentales se esfuerzan mucho más en controlar la dirección del mercado que en administrar eficientemente las consecuencias para evitar este tipo de crímenes.

El mercado es el encuentro de quienes quieren comprar algo y quienes quieren venderlo. ¿Qué pretenden regular? Las reglas naturales del mercado sólo permiten participar (comprar o vender) o quedarse al margen, y cuando los gobiernos deciden participar regulando precios, bloqueando compras o manipulando el valor del dinero no transforman o mejoran la naturaleza del mercado, sólo enturbian y trastocan su devenir, generalmente produciendo efectos bastante más nocivos que aquellos que querían evitar.

Ahora bien, sería el colmo pretender sugerir que la crisis es producto de la falta de vigilancia, si el mercado no podría estar mas rodeado y atravesado por comisiones, controles y demás instrumentos gubernamentales, cuyo único fin es que las direcciones del intercambio sean aquellas que convienen al funcionario a cargo. Podríamos incluso definir la actual crisis como la absoluta incapacidad del mercado para seguir respondiendo a los deseos políticos de crecimiento. Nos quedan sólo dos hipótesis sobre la mesa, porque es evidente que no han dejado de haber controles ni por un minuto: la crísis ha sido consecuencia de una gestión regulatoria excesivamente ineficientes o que la regulación generalmente producirá desastres de las proporciones que ahora conocemos.

Por lo que hemos visto hasta ahora podemos estar seguros de que los esfuerzos por salir de la crisis sólo agudizarán sus estragos. "Un estado débil que mira a otro lado" sería, en realidad, una bendición.

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