martes, 17 de marzo de 2009

Chávez - Manual de Instrucciones II

Hablamos de un político que no decide sobre la base de estrategias planificadas. Chávez no es un estadista frío y calculador, adolece de la paciencia que esto requiere. Es impulsivo y resuelve los conflictos haciendo caso a sus emociones; con lo cual también encarna un estilo profundamente venezolano sustentado en el "ir haciendo como vamos viendo." No quiero que parezca que sugiero que prestar atención a lo emocional es inconveniente. Por el contrario, el terreno afectivo suele estar exiliado de la práctica política, a pesar de que le agregaría flexibilidad y honesta cercanía a la población. El problema en nuestro caso es que la gestión ejecutiva siga unilateralmente cualquier "corazonada" que se le presente sin reflexionar, hilvanando una administración caprichosa y caótica. Otra cara del exceso de impulsividad emotiva es la explotación del sentimentalismo o la cursilería, que conduce a la manipulación de las circunstancias adversas de algunos sectores populares para provecho político. Lo que más sencillamente llamaríamos populismo.

En la misma línea, debemos admitir que el presidente Chávez ha tenido una honesta conexión consigo mismo, cuando menos parcialmente, cosa que podemos considerar poco frecuente en el ámbito político. Ha pactado y cedido pocos elementos que considere importantes, siguiendo casi por completo sus deseos. A quienes ostentan una posición de poder los cambios de opinión les significan un costo en su popularidad; sin embargo Chávez no ha tenido mayores reparos en cambiar varias veces de postura. Su devenir siempre ha sido más o menos caprichoso, y las cosas le han salido bien utilizando ese método. Con sus reiterados antecedentes exitosos es seguro que seguirá este camino en el futuro.

Otra de las características que le describe es un elevado y constante nivel de angustia. Lo notamos en su necesidad de explicarse públicamente durante jornadas completas, redundando y dando vueltas a los mismos puntos, sin ningún objetivo aparente además de lograr algún alivio para su desbordante inquietud. Nadie habla tanto gratuitamente

Pero en las situaciones críticas un elemento atípico se despierta en su interior. Una especie de calma que le ayuda a centrarse y moverse con una sensatez iluminada, en conexión con el colectivo y la historia. Encontramos ejemplos de estas ocasiones cuando le sacaron del poder o cuando fracasó estrepitosamente en el golpe de estado que intentaba liderar. En momentos de naturaleza crítica y decisiva adquiere cierta conciencia histórica y adopta una postura orgullosa que enamora a sus seguidores y desespera a sus opositores.

Su conexión con la gente es un invaluable activo político con el que cuenta, y es de naturaleza estrictamente emocional. La contraparte de este beneficio es la pesada carencia de claridad en las ideas; para compensarla se rodea en lo posible de importantes personajes de carácter intelectual: Luis Miquelena, Fidel Castro, José Vicente Rangel o Jorge Rodríguez. En ocasiones uno sólo no es suficiente, dado lo desbordante de su impulsividad y lo imprescindible que se le hacen control y guía externa. Esto lo ilustran ya no la forma y extensión de sus discursos, sino su contenido claramente desenfrenado y de tono innecesariamente altivo. Su esfuerzo por ser "el arrecho del barrio" o el "gallito" le hace ganar infinidad de adeptos en todos los sectores de la población, quienes le consideran espontáneo, sincero, poco protocolar o sienten la descarga vicaria de su propio malestar, frustración y rabia contenida. Chávez, mal que bien y sin saberlo, libera este malestar general con fuerza cada vez que puede.

De cualquier manera ha aprendido a disfrazar sus caprichosos deseos, esencialmente estéticos, de objetivos políticos convenientes al país, que aparentan formar parte de un proyecto preconcebido para la construcción de una nación casi desde sus cimientos.

Es un enamorado de ética y estética izquierdista. No es casualidad que la misma sea ante todo sea heroica y sacrificada. Pero es evidente que no entiende más que pinceladas de sus preceptos, a juzgar por las consecuencias del socialismo del siglo XXI en Venezuela: corrupción de niveles desconocidos (aún para los venezolanos que podríamos tener varios record en este sector), el nacimiento de una nueva oligarquía todo poderosa y celosamente monopolista, y el signo más claro de un capitalismo de estado desordenado: un nivel de consumo general nacional estratosférico y siempre creciente, aún en artículos considerados lujosos, raros o esnobistas, especialmente alto en las nuevas y viejas cúpulas económicas, cada vez más distanciadas de la realidad social de buena parte de la población.

El discurso socialista tiene una importante historia en Latinoamérica, con lo que Chávez de aleja de cualquier posibilidad de vínculo con el enemigo número uno por decreto presidencial: Estados Unidos. La retórica conservadora norteamericana es en cierto modo heroica también, pero es muy difícil apreciarla gracias al banal heroísmo que exportan a través de Holywood y a los insensibles desaciertos en política exterior que han cometido en los últimos años. Es difícil apreciarlo sobretodo siendo foráneo, Chávez posiblemente sea el más foráneo de todos y tampoco está demasiado interesado en esforzarse por entender lo que supone ajeno y peligroso.

El socialismo-comunismo es el nicho perfecto para protagonizar el guión de la resurrección: ideales agonizantes, con protagonistas oxidados y consignas que pocos entienden. Es el caldo ideológico perfecto para que Chávez encarne el nuevo redentor que resucitaría viejas ideas "renovada", "democrática" y "efectivamente", al menos según su visión del socialismo del siglo XXI. Escribiría así su nuevo testamento y quedaría coronado como el salvador de los débiles: el nuevo Mesías.

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