lunes, 1 de junio de 2009

ante la incertidumbre

La sensación de incertidumbre es tan desagradable para el hombre, que prefiere tener por cierta una falsa creencia antes que no tener nada a que aferrarse...

Las doctrinas políticas nacen de esta necesidad natural de reconfortarnos en un mundo donde la incertidumbre es la regla. Lamentablemente, esto hace que la política termine siendo una letal mezcla de 50% grandes mentiras y 50% vanas esperanzas.

No sería maravilloso si todo fuera tan simple como lo anuncian nuestros dirigentes políticos? Al revisar cualquier discurso de los políticos, poco parece importar si tiene o no idea sobre como afrontar la situación. Lo importante es que pueda transmitir seguridad a la población. La gente prefiere al orador elocuente, al demagogo por excelencia, en especial en situaciones críticas en las que la gente empieza a ser víctima de la desesperación, antes que oir las voces ponderadas que admiten que la incertidumbre es algo con lo que todos, TODOS tenemos que lidiar.

Las ideologías - esos constructos teóricos que pretenden explicarlo todo - siempre terminan siendo callejones sin salida que no llevan a ninguna parte. El socialismo o el liberalismo económico no han terminado por rendir los frutos prometidos, porque son doctrinas cuyas raíces no encuentran sustento en la realidad. El socialismo se empeña en imponer las necesidades del grupo sobre el individuo, cosa que es antinatural al hombre. El liberalismo, por su parte, pretende ignorar las dificultades políticas que trae la desigualdad social y económica. Y entre esas dos ideologías, la más tentadora de todas, no termina de cumplir sus promesas: la democracia.

Y es que la fé ciega en el sistema democrático también conlleva sus peligros. Ya desde sus orígenes más primitivos, distintos pensadores advertían contra el riesgo de que la democracia derivara en una oclocracia o una oligocracia. No obstante, poco parece importar eso a las personas que la defienden hoy sin reflexionar en estas desviaciones del ideal democrático.

También se advierte desde hace mucho contra el riesgo que representaba que las personas con talento para la oratoria - los demagogos - lograran manipular a la masa e imponer su opinión sobre la de personas mejor preparadas pero menos elocuentes.

Y es que en esta era moderna, donde la imagen parece ser lo más importante, nadie daría su voto a un candidato que dijera que no tiene las respuestas para todo, que el mundo es un sitio lleno de incertidumbres y que el tratará de tomar las mejores decisiones pero que no puede garantizar que no se equivocará porque no es un ser perfecto.

Al final, todo sistema político se basa en que el líder nos transmita la sensación de que tiene todo bajo control y que sabe lo que hace. Y al hacer eso, nos tratamos de dar una falsa sensación de seguridad ante un futuro que no podemos predecir. Una sensación de falsa seguridad, pero que necesitamos instintivamente para seguir con nuestras vidas.

Mientras tanto, seguimos en una carrera hacia el fondo, pero con la falsa sensación de seguridad que nos da el haber encontrado al elegido que nos sacará de las tinieblas. Y mientras más cerca del fondo estemos, más nos hará falta un ungido.

viernes, 1 de mayo de 2009

Ideales y Poder – Primer Borrador

No recuerdo de quien leí esta cita:

“El político hace creer que sirve a los hombres cuando en realidad se sirve de ellos”

La dinámica del poder empieza por un cuerpo ideológico que puede ser más o menos vigoroso, sano, simétrico, atractivo, resistente, avejentado, etc; que se pone en movimiento empujado por la esencia y deseos de la persona política.

Todo proceso de maduración implica cierta renuncia. Lo que ha de hipotecar el individuo político para crecer y acceder a sus objetivos, la moneda de intercambio personal con la que cuenta, es su cuerpo ideológico. En el terreno partidista a esto lo conocemos como pactos. El recorrido de crecimiento de un político implica contravenir ideas en las que cree; pacta para acceder a una posición que le permita, tal vez al final, ser fiel a su cuerpo ideológico disponiendo de mayor poder a través del cual producir un “bien mayor”.

El agente político más efectivo es el que adolece de cuerpo ideológico y no tiene otro apego que sus objetivos. Él será capaz de pactarlo todo cada vez y contradecir posturas previas sin sufrimiento, porque ninguna ha sido honesta ni le ha descrito. Nada le describe realmente, cada uno de sus argumentos ha sido construido estratégicamente para acceder al poder. Hablamos de la esencia del pragmático. Quienes hemos experimentado alguna vez pasión por algunas ideas no podemos evitar sentir cierto rechazo por la constante impostura del pragmático, su vacío absoluto y su anestesiada hipocresía. Pero no creo que sea tan fácil despreciarle del todo. Si navegamos en un sistema cuyo fundamento es que los dirigentes satisfagan los deseos de las mayorías sin que importe nada más, (como por ejemplo la coherencia entre deseos diferentes o lo conveniente de sus consecuencias,) el pragmático lo conseguirá; y si no, contrataremos uno más eficiente a través de democráticas vías electorales. Lo que bien podríamos cuestionarnos es la naturaleza de un sistema cuyo fundamento más preponderante es la ciega satisfacción de los deseos de los ciudadanos.

Otro grueso grupo de políticos han de ser los adoloridos. Aquellos que han tenido que sacrificar órganos fundamentales de su cuerpo ideológico para acercarse al poder, y han tenido que ir pactando cosas cada vez más cercanas a sus principios, hasta que no sólo adoptan el pragmatismo más fundamental, sino que lo desarrollan con el venenoso dolor empozado del cínico. Estos son los adoloridos. Lo más duro de esta tipología es que para poder seguir a flote en el mundo del poder que tanto desean, no pueden ya sentir esa pena por la pérdida de los ideales en los que creían. A esas alturas “sentir” sería ablandarse y naufragar. Pero tampoco son capaces de sanar sus heridas, de manera que cobran al poder y al colectivo lo que las circunstancias les han exigido mutilar. Sus acciones se tornan descaradas, desalmadas y egoístas. Abandonan el bien común que en un principio habían abanderado acusando, puertas adentro, a la comunidad (a la sociedad o a la providencia) de haber machacado sus buenas intenciones y destruido su inocencia. En el fondo no se diferencian demasiado de los malos perdedores.

El poder es uno de esos complejos principios universales que no permiten competencia. Cuando hay sed de poder lo demás queda en segundo plano y la totalidad del individuo se orienta al objetivo. No se admiten disidencias internas, errores, cambios de opinión, emociones, disculpas, nada; todo lo que cuenta es el poder. Es, sin duda, uno de los símbolos más peligrosos de la humanidad. Es también uno de los más diabólicos; en el sentido de su posibilidad de presentar tentaciones que demandan sacrificios importantes. Si no existe conciencia del peso de lo sacrificado, el sufrimiento por las consecuencias puede resultar trágico, tanto para la persona política que se ha implicado en el juego como para el colectivo que le rodea.

Forma parte de la naturaleza del ser humano constituir una clase gubernamental cuya función sea afectar aspectos fundamentales de la convivencia y que se ubique por encima del resto de los ciudadanos. Los hechos nos dicen que, aunque es evidente a la razón que tal clase gubernamental es innecesaria, ha existido a lo largo de toda la historia y en todo remoto rincón de la tierra en el que haya habitado el ser humano.

Entonces alguien ha de ejercer el poder, alguien finalmente ha de dedicarse a ser un político. ¿Qué es lo único que necesita para serlo “correctamente”? Me arriesgo a responder que requeriría justamente aquello que los políticos por naturaleza no se pueden permitir: desapego. Un buen político es, ante todo y paradójicamente, alguien que desprecia un poco el poder; y no me refiero a que lo rechace públicamente para proyectar una imagen particular, sino que honestamente no ocupa una posición central en su dinámica personal. No se permite, sin embargo, resbaladizas ingenuidades: está consciente de que interactúa con un símbolo peligroso. Tiene ideales, cualesquiera, pero no está dispuesto ni a imponerlos como triunfantes y puntiagudas banderas, ni tampoco a pactar, o apresurarse porque el momento luzca “propicio” para actuar. Sufre cuando siente que las cosas no se dan como “deberían”, pero acepta que él ocupará una posición de importancia sí y sólo sí esto no implica una impostura personal. El camino del político habría de ser, entonces, algo así como el de los pacientes maestros budistas, a quienes se acercaban confundidos aprendices para exprimir enseñanzas de la vida. Todo auténtico maestro sabe que no lo es.

Esta tercera tipología sería el político alegre, que está dispuesto a ayudar en la medida en que esto no implique el sacrificio de su esencia privada, y que no se percibe a sí mismo como algo distinto de un ciudadano común.

He comentado sólo tres tipologías de un número desconocido de ellas. Más como una manera de acercarnos a la naturaleza de lo político que para desarrollar un esquema tipológico completo.

miércoles, 29 de abril de 2009

no me defiendas compadre

Las cosas que hay que ver. El siguiente extracto es tomado del editorial del diario Tal Cual:

"En este momento están sometidos a juicio 85 dirigentes sindicales y activistas, todos pertenecientes a organizaciones laborales del petróleo y de las empresas de Guayana, sobre todo de Sidor.

De hecho, hoy 29 de abril, dos días antes del 1º de Mayo, tres de esos dirigentes y once trabajadores más, de una contratista de Sidor, serán sentenciados en el juicio que se les abrió. ¿El “delito” que los llevó al paredón judicial? La violación del artículo 56 de la Ley Orgánica de Seguridad de la Nación, que castiga hasta con diez años de prisión a todo aquel que realice movilizaciones (en este caso, obreras) en las inmediaciones de sedes estatales o gubernamentales, de empresas básicas, de guarniciones militares y de servicios públicos”.


Una revolución socialista que persigue al movimiento obrero y criminaliza las huelgas tiene de socialista solamente el nombre. Y como para hacer más evidentes los rasgos totalitarios, el gobierno revolucionario remata su campaña liberadora "socialista" anunciando que se van a eliminar los contratos colectivos.

Con un adalid de los obreros de tal calaña como aliado, mejor quedarse solo.

Entre los argumentos del defensor de los pobres (parece que los obreros ahora son unos burgueses privilegiados) destaca aquel de que no le va a quitar dinero a programas como "Madres del Barrio" para saciar las ambiciones desmedidas de los sindicatos. Pareciera que se olvida del dinero que se gasta en generosos regalos a otros países, entre los que destacan casas a Bolivia, tractores a Nicaragua y petróleo a cuanta isla exista en el Mar Caribe.

Y es que cuando el estado es dueño de la empresa, a quien puede recurrir el trabajador para reclamar un trato injusto? A nadie, pues el árbitro es también parte interesada. El gobierno se paga y se da el vuelto.

Esa es la cara fea del socialismo sobre la que no hablan los ideologos y pensadores del socialismo del siglo XXI. Y es que cuando se trata con embaucadores y leguleyos de ese calibre, hay que tener mucho cuidado con la letra pequeña del contrato...

domingo, 26 de abril de 2009

El ciudadano y la acción política

Estamos preparados para la vida ciudadana? Los eventos de los últimos años parecen demostrarnos que no...

En educación ciudadana se nos instruye sobre la constitución y las leyes, pero no se trasmiten valores democráticos que vayan más allá del acto electoral. No se explica al futuro ciudadano cual debe ser su papel dentro del sistema, como puede contribuir como ciudadano a cambiar las cosas cuando no funcionen. Este es un tema discutido por Bernard Crick en Democracy, a very short introduction, en donde sugiere la transformación del programa de estudio con la finalidad de forma a un ciudadano más crítico y capaz de participar en la toma de decisiones dentro del sistema político.

Por qué la enseñanza de la constitución y las leyes no es suficiente? Porqué esto no garantiza que el ciudadano comprenda los medios de los que dispone para interactuar con los distintos niveles del estado. Esto deriva en la apatía e indiferencia ante la política y a una ciudadanía desinformada, incapaz de participar de forma efectiva en las elecciones o en cualquier nivel de gobierno. El adoctrinamiento ideológico que podrían pretender los fanáticos de una u otra tendencia política no debe jugar ningún papel en este proceso formativo, pues es contrario al objetivo que se persigue.

Cuando el ciudadano no entiende su papel (o potencial) dentro del sistema político, se limita a ocuparse de sus asuntos personales y se desentiende de la política y de su entorno, delegando de forma casi absoluta las responsabilidades del gobierno a una élite con la que tiene poca o ninguna conexión real. Y es que el ciudadano no debería limitarse a escoger a sus representantes, sino también a velar porque estas élites cumplan con su trabajo y, más importante aún, a proteger sus intereses personales y colectivos ante el estado.

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Quizás temas como hacer de Caracas una ciudad más humana, la corrupción policial, la miseria de nuestras cárceles o las deficiencias de nuestro sistema educativo no sean temas tan vistosos como decidir si somos o no un país socialista, o si vamos a hacer polvo a los conspiradores y pitiyanquis, pero son los temas que nos deberían movilizar a nosotros los ciudadanos.

Los ciudadanos debemos rescatar esa política "pequeña", esa política que sirve como instrumento de resolución de conflictos y de mejora de nuestras condiciones de vida. Cuando la democracia y la política se alejan del ciudadano y sus necesidades, estas dejan de tener sentido, pues se terminan convirtiendo en instrumentos de los poderososy nada más.

jueves, 23 de abril de 2009

Cuando la letra no entra a pesar de la sangre.

Chávez ha sido el primer y más duro profesor de la oposición.

Cada error que ha cometido la oposición ha significado un re-fortalecimiento del proyecto revolucionario. El paro petrolero, el retiro de las candidaturas parlamentarias hace unos años, las innumerables divisiones internas. Casi cada movimiento ha resultado incorrecto y aprovechado por el gobierno para profundizar su poder.

Son fracasos cuya lectura reflexiva es el áspero aprendizaje del contacto con la realidad. Adicionalmente es una ayuda invaluable porque evita que la oposición caiga en atajos que, a la luz de la evidencia, resultan ineficientes o contraproducentes.

Chávez sólo se irá cuando maduremos una alternativa adecuada. Desgraciadamente hasta ahora no ha existido ni siquiera el proyecto de tal alternativa. No ha habido mucho más que desesperación, borradores reactivos al discurso semanal, vacuo y desconcertante del presidente, denuncias acaloradas y mal planteadas, en medio de ese odio apasionado, absoluto y extremo que empaña todo argumento.

A pesar de los errores, los despropósitos y el evidente empeoramiento en la vida del venezolano (que al fin y al cabo es lo que importa) el presidente ha ayudado a la oposición a madurar, a adoptar una postura más política y no solo a reaccionar lastimosa y malcriadamente. Aunque es cierto que es un camino que apenas empezamos y que desconocemos.

La oposición no tiene más que hacer conciencia de su ubicación para dejar de ser simple “oposición” y convertirse en un constructor de soluciones. Pero ¿cómo apagar el fuego y al tiempo atacar aquello que lo origina? Éste es el dilema ¿Cómo denunciar los cada vez más evidentes abusos de poder sin descuidar la elaboración de un proyecto alternativo de gobierno?

En especial ante la simple pero efectiva estrategia chavista: Cuando los sectores oficiales necesitan presionar a la oposición y desbaratar cualquier semilla política medianamente elaborada, sólo tienen que dejar emerger sus intenciones poco democráticas, es decir, dejar caer pasivamente su naturaleza agresiva y violenta. Cosa que genera el escándalo del opositor, la reacción desordenada y la desesperación por transmitir una denuncia que sentimos suficiente para salir del problema en un solo movimiento. Chávez ha de reírse desde arriba mientras nos desbocamos por convencer a la gente de lo evidente. Porque nos debilitamos como opción alternativa si nos limitamos al reproche. De este modo suceden dos cosas:

Uno: la colectividad se cansa de otra acusación que termina en nada. La denuncia en general va perdiendo fuerza comunicativa y el ciudadano reacciona cada vez menos ante la evidencia del abuso. Y dos: queda abonado el terreno para que el círculo se repita, es decir, para que el siguiente abuso resulte casi avalado por la exasperación infértil de la oposición. Entendamos que es un asunto de guiones repetidos; no hacemos más que jugar en el terreno chavista y ser un perfecto compañero de baile.

Resulta vital adoptar cierta perspectiva y ubicarse en dos localizaciones al mismo tiempo: la denuncia ponderada, objetiva, ordenada y constante; que no asume que el problema se resolverá a corto plazo, sino que deja claro que siempre existirá vigilancia y crítica opositora. Y la construcción de una propuesta creativa y democrática en Venezuela. Un proyecto que no se fundamente sencillamente en odio contenido y desesperación por años de abusos; sino en ideas políticas y sociales que ayuden al venezolano a vivir mejor.

Ha de ser una prioridad opositora la coordinada y delicada elaboración de esta alternativa, en lugar de permitirse caer en la trampa del alarmismo ante las ilegales políticas oficiales. Parte de la labor de denuncia puede ser relegada incluso al mismo chavismo, que, dada la coyuntura económica, más pronto que tarde empezará a ejecutar canibalismo interno.

La respuesta ante los abusos ha de ser cada vez más una propuesta gubernamental distinta y cada vez menos un movimiento expresivo de crispación. Mientras antes retome la oposición los métodos y el discurso democrático y republicano antes lo hará el país en general. Con lo cual será mucho más sencillo hacer contrapeso a la absolutista dinámica autocracia-obediencia en la que estamos participando todos sin saberlo.

jueves, 16 de abril de 2009

La Adolescencia Política

No es la primera vez que se escribe: La oposición ha sido el gran aliado de Chávez, el benefactor secreto aunque involuntario.

Como crítico del chavismo siempre duele vislumbrar y exponer los beneficios del adversario, pero cada vez me ofende menos aceptar que Chávez es tan necesario como inevitable. No me refiero, desde luego, a las políticas que ha emprendido ni a sus resultados que son claramente contrarios al más elemental bienestar en la convivencia, sino al conflicto que pone sobre la mesa. Chávez es producto de lo que pareciera ser una crisis de hartazgo en la sociedad venezolana hace más de diez años, que después de un gran período de letargo empezó a reprocharse a sí misma mayor seriedad y madurez política, independientemente de que lo haya logrado o no.

No es mi intención despreciar el denso recorrido histórico que la colectividad venezolana ha transitado desde hace más de doscientos años, en la batalla por construir un sistema de gobierno. Pero sí es evidente que los tan machacados por Chávez y ciertamente reprobables años de “democracia” que vivió Venezuela prechavista no podían concluir en algo demasiado distinto de lo que ahora sufrimos. Era sólo cuestión de tiempo que una tragedia siguiese a tanta inconsciencia, falsa ingenuidad y cómoda infantilidad.

Han de ser pocos los desesperados que deseen volver a aquellos tiempos de cinismo y corrupción. No porque ahora estemos mejor, en lo más mínimo, sino porque era inadmisible seguir por esa vía. En aquel momento Chávez no robó nada a los venezolanos, al contrario, nos brindó la esperanza de que algo diferente era posible, aunque luego nos decepcionara. Como dijo Laureano Márquez hace años en una entrevista de televisión “¿Es que nosotros pensábamos seguir con ese jueguito de AD y COPEI toda la vida?” De cualquier manera el retorno al paraíso perdido es imposible. En mi opinión es una bendición que sea imposible, en primer lugar porque no era ni remotamente paradisíaco, y en segundo porque la imposibilidad de regresar nos obliga a trabajar por un futuro inédito.

Tristemente este cambio de posición, movimiento o desarrollo no hubiese sido posible sin Chávez, o tal vez sí, pero en medio del furor adolescente por el cambio se comenten errores, como en el que ahora nos encontramos sumergidos. Cuando un púber se reclama a sí mismo mayor madurez, sin tenerla, no puede generar más que un desastre de las proporciones que actualmente vivimos. Pero aún así este movimiento de autocrítica e inquietud ante el propio letargo e indolencia es mucho más fértil que si continuáramos embriagados del opio de la esperanza injustificada, de la rosada idea de que todo cambiará en algún momento y por alguna razón.

En otras oportunidades he asegurado que no necesitamos un caudillo. No es lo mismo que no requerir liderazgo. En realidad nos hace falta organización e iniciativa; una dirigencia que colabore en canalizar las intensas fuerzas opositoras es fundamental. Es muy probable que no caigamos en un liderazgo egocéntrico y autocrático, sino en la elección de una o varias personalidades que mantengan una postura dialogante y parlamentaria con todos los sectores. Esperemos que hayamos aprendido que un caudillo no sólo no resuelve nuestros problemas de un plumazo, sino que nos proporciona nuevos y más complejos escollos.

miércoles, 15 de abril de 2009

Sinonimia

Ley no es sinónimo de Justicia, ni Elecciones es sinónimo de Democracia.

Una democracia en la que no existe el respeto al que disiente, en la que la libertad de expresión es atacada constantemente y la independencia de los poderes públicos es cuestionable, no se puede hablar de democracia. En tales circunstancias, las elecciones se convierten en un ritual vacío y carente de significado.

Qué se pensaría de una persona religiosa que visita la iglesia todos los domingos, pero que el resto de la semana irrespeta los mandatos de su fé? Se le llamaría hipócrita.

Que pensar entonces de una persona que se autoproclama demócrata, pero que sólo se limita a actuar como tal durante las elecciones? Si se le llama hipócrita no se cometería un error.

Estamos viendo como la democracia sufre una muerte larga, lenta y dolorosa, y no reaccionamos ante esto. Nuestro deber como ciudadanos no puede terminar al concluir el acto electoral.

Entiendo que los partidos políticos deben tomar la iniciativa, dar una respuesta. Pero si ellos no dan el primer paso, entonces serán los ciudadanos quienes tendrán que darlo.

jueves, 9 de abril de 2009

estado, éxodo y redención

Quien haya vivido en Venezuela sabe la sensación de impotencia que puede embargar a cualquier persona al momento de acometer hasta la más simple tarea que requiera el trato con el estado.

La cosa es peor aún cuando se busca la protección del estado ante la violencia o el atropello de los derechos humanos y ciudadanos. Linchamientos, ajusticiamientos o el sicariato son síntomas de un estado que es incapaz de responder hasta a las necesidades más elementales del ciudadano.

Frustración. Enojo. O en nuestra jerga: Arrechera.

No es nuevo. Esa sensación de abandono del ciudadano, de distanciamiento entre el estado y el venezolano ha ido creciendo desde la instalación de nuestro sistema democrático vigente. Su manifestación más evidente se produce en el año 1989, cuando una serie de medidas necesarias, pero dolorosas fueron tomadas sin que el estado pudiera comprender lo que venía sucediendo en las calles.

El Chávez que se revela en 1992 contra el gobierno venezolano no tarda demasiado en ser proclamado como el redentor que nos liberaría del estado opresor e indiferente que nos había abandonado. Apenas 7 años después se convertiría en Presidente.

Chávez trata de cerrar esa brecha entre estado y ciudadanos mediante la creación de las misiones o programas sociales. Pero esto se logra a un precio elevado, pues al prescindir de la burocracia y sus controles, se abren las puertas al omnipresente monstruo de la corrupción.

A pesar de las evidencias de corrupción, este redentor es uno que cree que por atajos se llegará a la tierra prometida. Nuestra meta debería ser un estado cercano y que responda a los ciudadanos. Lamentablemente, en la labor de estado los atajos terminan llevando a los países al fondo del precipicio, lugar del que luego es difícil salir.

Es necesaria la transformación del estado. Pero ese nuevo estado debe nacer del consenso de todos los ciudadanos. Cuando la transformación sólo atiende a los intereses de una mayoría electoral (los 6 millones de votos obtenidos por Chávez es sólo una quinta parte de la población del país), entonces sólo se puede hablar de una tiranía de la mayoría.

El concepto bíblico del redentor es una idea que deberíamos desterrar de forma definitiva de nuestro bestiario político. En vez de esperar por él, podríamos reflexionar y reflejarnos en la historia del Éxodo: al pueblo de Israel le tomó 40 años atravesar el desierto y llegar a la tierra prometida. Nosotros llevamos 50 años atravesando el desierto en búsqueda de nuestra tierra prometida. Más aún, no estamos seguro de que llegaremos pronto. Ante tanta incertidumbre, es natural que se pierda la fé y se venere al falso idolo, al caudillo de oro. Pero luego de la bacanal despertaremos y reconoceremos nuestros errores. Al final, recobraremos la sensatez.

La tierra prometida quizás no exista, pero esto no debe ser motivo para no seguirla buscando. Debemos trabajar unidos para llegar a ella, para construirla. Como venezolanos, no tenemos otra alternativa. Es el único hogar que tenemos.

miércoles, 8 de abril de 2009

Burocracia

Hace mucho tiempo, planteé a un amigo un juego: asumiendo que estaba en una situación de vida o muerte, el debía escoger de un grupo de tres médicos a uno para que le salvara la vida. Cada médico tendría una sola virtud (recuerden que es todo hipotético): uno sería competente, otro sería dedicado y el tercero sería honesto. A quién escoger? A todos nos gusta, al menos en teoría, que nos digan la verdad. También suena como una virtud recomendable la dedicación. Sin embargo, si se trata de un asunto de vida o muerte (y sin duda queremos vivir) quizás preferiríamos arriesgarnos con el competente.

Ahora imaginemos que no se trata de una situación médica, sino de una situación política, económica y social crítica, en la que la vida de muchas personas está en juego. A quien escoger? A una persona competente? A una persona honesta? O a una dedicada?

Afortunadamente, en los sistemas democráticos modernos no es necesario escoger entre el menor de dos (o tres) males. El estado está estructurado por dos partes que se complementan: un sistema político (con sus tres ramas) y una burocracia. La burocracia se encarga (o debería encargarse) del desenvolvimiento eficaz de las labores del estado. El sistema político, por su parte, sirve como mecanismo de control de la ciudadanía sobre la burocracia, dictando las tareas y pautas a realizar.

El objetivo de la burocracia es ser competente. El objetivo del aparato político es la dedicación total a su tarea, además del compromiso de ser honesto con los ciudadanos a quienes representa. Sin una burocracia competente, o sin políticos honestos y dedicados, no hay posibilidad de que el estado ofrezca respuestas a los ciudadanos.

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En 1998 se eligió a un hombre que parecía honesto, Hugo Chávez, para ejercer el cargo de Presidente. Hoy en día muchos dirán que no sólo es honesto, sino que también es un hombre dedicado, como lo demuestra su preocupación por los pobres y la ejecución de diversos programas sociales.

Pero, de qué sirve esa honestidad y dedicación de parte del sistema político cuando la burocracia es un lastre incapaz de ofrecer respuestas? En los últimos diez años se ha duplicado el número de ministerios, al igual que se ha duplicado la nómina de empleados públicos que integran las dependencias del estado, sin que esta duplicación de esfuerzos represente una mejora en la calidad del servicio que se ofrece al ciudadano.

Quizás es pertinente señalar a la politización de la burocracia en años recientes como el problema más grave que la afecta. Si bien es cierto que la politización no es un fenómeno nuevo en nuestra burocracia, jamás había llegado a niveles tan extremos. El despido de 20 mil profesionales y técnicos de la industria petrolera estatal (PDVSA) no sólo es muestra de esta politización, sino que además comete el grave error de desprofesionalizar a la burocracia estatal hasta el punto en su nivel de competencia llega a la mínima expresión. Mientras la estatal petrolera afirma que produce cerca de 3,5 millones de barriles diarios, todos los entes internacionales (AIE, OPEP, etc) afirman que su producción es de 2,5 millones, sin que además se conozca o se haya ejecutado ningún plan para incrementar o mantener la capacidad productiva.

Esta desprofesionalización/politización también es evidente al observar la gran diferencia de talento, experiencia y credenciales que existen entre los asesores económicos del gobierno y los distintos economistas que aparecen con frecuencia en diversos programas de opinión. Y cuando el único argumento del gobierno para refutar las críticas que llueven sobre sus políticas económicas es proclamar a Venezuela como "economía socialista", la diferencia es aún más evidente.

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A pesar de estos alegatos, no es necesario demoler la burocracia estatal para conseguir resultados. Sólo es necesario establecer como prioridad la competencia de los diversos organismos del estado en la búsqueda de una solución. En muchos casos comenzar desde cero resulta contraproducente. Por ejemplo, en el 2002 una cita para el trámite del pasaporte se obtenía de forma inmediata en la sede de la Onidex. En el 2005, luego de un cambio de las autoridades, era necesario pernoctar durante una o dos noches frente a una sede de la Onidex para poder conseguirla. Hoy en día, la solicitud se realiza vía internet, pero se deben esperar entre 4 y 8 meses para obtener una cita. Esto es producto de la mentalidad "año cero" que impera cada vez que se nombra a un nuevo director de ese organismo.

Antes ya se han planteado propuestas para la reforma del estado. Porque si bien es cierto que una transformación política del país es necesaria, también lo es una transformación de la otra parte integral del estado, la burocracia. Tres aspectos son fundamentales para esta transformación:

- Incrementar su capacidad de respuesta al ciudadano: es necesario revisar que prácticas funcionan y cuales no. El objetivo debe ser incrementar su competencia y su capacidad para responder a las demandas del ciudadano.

- Formación de personal de nivel intermedio: Aunque la nación cuenta con talento de primera línea para cargos de alto nivel, el volumen de talento o personal capacitado para ejercer las labores de nivel intermedio pareciera ser insuficiente. Esto no es novedoso, sino un problema que se arrastra desde hace décadas. Es necesario revisar las propuestas para la formación y captación de personal de la burocracia estatal. Sin talento de primera y formación de primera, sólo podemos aspirar a la mediocridad.

- Independencia política de la burocracia: Si el cargo de un burocrata depende de convertirse en un yes-man, como pasa hoy en día, no habrá quien baje al político de las nubes (generalmente un demagogo) cuando este trate de cumplir con imposibles.

miércoles, 1 de abril de 2009

Fracaso político?

Estamos destinados a convivir con nuestros semejantes. Somos seres formados para la vida en sociedad. Existen excepciones, pero es un hecho que venimos al mundo como parte de un grupo, una comunidad. Nos hacemos personas en la medida en que aprendemos a convivir en sociedad.

Lamentablemente, sea por nuestra naturaleza o por nuestra formación, surgirá el conflicto. Las alternativas para resolver esos conflictos van desde una solución que satisfazca a ambas partes - el consenso - hasta el uso de la violencia por parte del más fuerte para imponerse sobre el débil.

A medida que se incrementa el número de personas que deben convivir y la sociedad se complejiza y da paso a la nación-estado, el espacio por excelencia para la resolución de los conflictos es la arena política. Ciertamente hay conflictos (laborales, personales, financieros) que tienen otros escenarios para su resolución, pero las cuestiones que atañen a toda la sociedad como conjunto pertenecen a la esfera de la política. La finalidad de la política, más allá de alcanzar el poder, debería ser la búsqueda de soluciones pacíficas a los conflictos de la sociedad.

La violencia pasa a un segundo plano, toda vez que su uso es monopolio exclusivo del estado, que debe actuar como un mecanismo que garantice la existencia y seguridad de todos. Como la violencia no es - o no debería - ser una alternativa, el consenso debería ser el único mecanismo para la resolución de conflictos.

Pero que sucede cuando una de las partes en conflicto dispone del poder del estado y lo emplea para imposibilitar el debate político? Que el consenso deja de ser una alternativa en la resolución del conflicto y sólo queda como salida la violencia. Dado el monopolio de la violencia ejercido por el estado, este deja de ser un instrumento neutro y pasa a ser un sistema de opresión.

Y poco importa que este estado tenga sus orígenes en un sistema democrático. Acaso es mejor una tiranía de la mayoría que una tiranía tradicional? No hay en realidad ninguna diferencia, salvo la falsa creencia de que la opinión de la multitud es infalible.

Es necesario reconocer que la democracia y la política en Venezuela han fallado, pues no cumplen su función como instrumento para la resolución de los conflictos en que está sumido el país.

Ante un estado que no garantiza a la mitad de los ciudadanos , es necesario plantear su revisión y reconstrucción, con el propósito de que pueda asumir su función como garante de las libertades individuales y promotor del debate como mecanismo de resolución de conflictos.