jueves, 9 de abril de 2009

estado, éxodo y redención

Quien haya vivido en Venezuela sabe la sensación de impotencia que puede embargar a cualquier persona al momento de acometer hasta la más simple tarea que requiera el trato con el estado.

La cosa es peor aún cuando se busca la protección del estado ante la violencia o el atropello de los derechos humanos y ciudadanos. Linchamientos, ajusticiamientos o el sicariato son síntomas de un estado que es incapaz de responder hasta a las necesidades más elementales del ciudadano.

Frustración. Enojo. O en nuestra jerga: Arrechera.

No es nuevo. Esa sensación de abandono del ciudadano, de distanciamiento entre el estado y el venezolano ha ido creciendo desde la instalación de nuestro sistema democrático vigente. Su manifestación más evidente se produce en el año 1989, cuando una serie de medidas necesarias, pero dolorosas fueron tomadas sin que el estado pudiera comprender lo que venía sucediendo en las calles.

El Chávez que se revela en 1992 contra el gobierno venezolano no tarda demasiado en ser proclamado como el redentor que nos liberaría del estado opresor e indiferente que nos había abandonado. Apenas 7 años después se convertiría en Presidente.

Chávez trata de cerrar esa brecha entre estado y ciudadanos mediante la creación de las misiones o programas sociales. Pero esto se logra a un precio elevado, pues al prescindir de la burocracia y sus controles, se abren las puertas al omnipresente monstruo de la corrupción.

A pesar de las evidencias de corrupción, este redentor es uno que cree que por atajos se llegará a la tierra prometida. Nuestra meta debería ser un estado cercano y que responda a los ciudadanos. Lamentablemente, en la labor de estado los atajos terminan llevando a los países al fondo del precipicio, lugar del que luego es difícil salir.

Es necesaria la transformación del estado. Pero ese nuevo estado debe nacer del consenso de todos los ciudadanos. Cuando la transformación sólo atiende a los intereses de una mayoría electoral (los 6 millones de votos obtenidos por Chávez es sólo una quinta parte de la población del país), entonces sólo se puede hablar de una tiranía de la mayoría.

El concepto bíblico del redentor es una idea que deberíamos desterrar de forma definitiva de nuestro bestiario político. En vez de esperar por él, podríamos reflexionar y reflejarnos en la historia del Éxodo: al pueblo de Israel le tomó 40 años atravesar el desierto y llegar a la tierra prometida. Nosotros llevamos 50 años atravesando el desierto en búsqueda de nuestra tierra prometida. Más aún, no estamos seguro de que llegaremos pronto. Ante tanta incertidumbre, es natural que se pierda la fé y se venere al falso idolo, al caudillo de oro. Pero luego de la bacanal despertaremos y reconoceremos nuestros errores. Al final, recobraremos la sensatez.

La tierra prometida quizás no exista, pero esto no debe ser motivo para no seguirla buscando. Debemos trabajar unidos para llegar a ella, para construirla. Como venezolanos, no tenemos otra alternativa. Es el único hogar que tenemos.

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