lunes, 1 de junio de 2009

ante la incertidumbre

La sensación de incertidumbre es tan desagradable para el hombre, que prefiere tener por cierta una falsa creencia antes que no tener nada a que aferrarse...

Las doctrinas políticas nacen de esta necesidad natural de reconfortarnos en un mundo donde la incertidumbre es la regla. Lamentablemente, esto hace que la política termine siendo una letal mezcla de 50% grandes mentiras y 50% vanas esperanzas.

No sería maravilloso si todo fuera tan simple como lo anuncian nuestros dirigentes políticos? Al revisar cualquier discurso de los políticos, poco parece importar si tiene o no idea sobre como afrontar la situación. Lo importante es que pueda transmitir seguridad a la población. La gente prefiere al orador elocuente, al demagogo por excelencia, en especial en situaciones críticas en las que la gente empieza a ser víctima de la desesperación, antes que oir las voces ponderadas que admiten que la incertidumbre es algo con lo que todos, TODOS tenemos que lidiar.

Las ideologías - esos constructos teóricos que pretenden explicarlo todo - siempre terminan siendo callejones sin salida que no llevan a ninguna parte. El socialismo o el liberalismo económico no han terminado por rendir los frutos prometidos, porque son doctrinas cuyas raíces no encuentran sustento en la realidad. El socialismo se empeña en imponer las necesidades del grupo sobre el individuo, cosa que es antinatural al hombre. El liberalismo, por su parte, pretende ignorar las dificultades políticas que trae la desigualdad social y económica. Y entre esas dos ideologías, la más tentadora de todas, no termina de cumplir sus promesas: la democracia.

Y es que la fé ciega en el sistema democrático también conlleva sus peligros. Ya desde sus orígenes más primitivos, distintos pensadores advertían contra el riesgo de que la democracia derivara en una oclocracia o una oligocracia. No obstante, poco parece importar eso a las personas que la defienden hoy sin reflexionar en estas desviaciones del ideal democrático.

También se advierte desde hace mucho contra el riesgo que representaba que las personas con talento para la oratoria - los demagogos - lograran manipular a la masa e imponer su opinión sobre la de personas mejor preparadas pero menos elocuentes.

Y es que en esta era moderna, donde la imagen parece ser lo más importante, nadie daría su voto a un candidato que dijera que no tiene las respuestas para todo, que el mundo es un sitio lleno de incertidumbres y que el tratará de tomar las mejores decisiones pero que no puede garantizar que no se equivocará porque no es un ser perfecto.

Al final, todo sistema político se basa en que el líder nos transmita la sensación de que tiene todo bajo control y que sabe lo que hace. Y al hacer eso, nos tratamos de dar una falsa sensación de seguridad ante un futuro que no podemos predecir. Una sensación de falsa seguridad, pero que necesitamos instintivamente para seguir con nuestras vidas.

Mientras tanto, seguimos en una carrera hacia el fondo, pero con la falsa sensación de seguridad que nos da el haber encontrado al elegido que nos sacará de las tinieblas. Y mientras más cerca del fondo estemos, más nos hará falta un ungido.

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