domingo, 12 de julio de 2009

Honduras y la democracia en latinoamérica

Ha transcurrido ya un mes desde la destitución del presidente Zelaya en Honduras. Todas las figuras políticas, instituciones e intelectuales no han perdido tiempo en fijar posición y criticar el golpe de estado y la expulsión del presidente Zelaya a Costa Rica.

Todos califican al golpe de estado como antidemocrático. Algunos lo hacen de forma altisonante, otros no tanto. Se dice que ha sido un atentado contra la democracia. Un hecho violento que no tiene justificación. Un retroceso a los peores tiempos en la historia del continente. En pocas palabras, todos tratan de cubrirse las espaldas.

Admito que toda la situación luce antidemocrática. Lo correcto habría sido proceder a la destitución del presidente y su posterior enjuiciamiento. Existe abundante evidencia en contra de Zelaya como para hacerlo. Así funcionan las cosas, en teoría, en un sistema democrático. El problema es que el presidente Zelaya es cualquier cosa menos un demócrata a carta cabal.

Qué hacer con un presidente que está dispuesto a todo - incluso el uso de la violencia y la intervención de un gobierno extranjero - para salirse con la suya? Si el presidente Zelaya estuvo dispuesto a recurrir a grupos violentos para ingresar a una base militar y recuperar material para un referendo ilegal, que no estaría dispuesto a hacer para no ser destituido? No se trata pues, de la destitución de un demócrata, sino de un aspirante a dictador.

La solución a la que recurrieron los otros poderes constituidos - el legislativo y el judicial - fue sacarlo del país y proceder a solucionar el problema una vez removido el factor de perturbación. Y es que todos coinciden en que los militares actuaron bajo órdenes del poder judicial. Qué no fue una solución elegante o limpia? Definitivamente no lo fue. Y Honduras pagará las consecuencias de no cuidar las formas: los meses por venir no serán sencillos. Pero los riesgos que implicaba la alternativa - destitución y un posible conflicto armado - no habría sido mucho mejor.

Entiendo la preocupación internacional por guardar las apariencias. Se debe tratar de conseguir una solución concertada que lave la cara a Honduras, pero no se puede ignorar el hecho de que el ex-presidente Zelaya no fue removido - como recientemente oí decir al presidente Oscar Arias - por que se trataba de una figura impopular o incómoda, sino por atentar contra los principios democráticos consagrados en la constitución de Honduras. Parece contradictorio insistir en restituir a Zelaya en la presidencia mientras el siga proclamando que hará todo lo posible por irrespetar las leyes de su país.

Sin lugar a dudas, el apoyo internacional al presidente Zelaya no puede ser incondicional, sino condicionado al respeto de las normar democráticas que el tanto insiste en ignorar.

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La situación en Honduras, así como en Bolivia, Venezuela y Ecuador, debe servir para abrir un debate sobre el significado real y los peligros que afronta la democracia en latinoamérica en el siglo XXI, una época en que las dictaduras militares del siglo XX parecen haber quedado en el pasado, pero nuevas formas de gobiernos populistas parecen aprovechar las debilidades del sistema democrático para perpetuar en el poder a autocratas carismáticos.

1 comentario:

  1. sin ánimos de invocar el relativismo moral, creo que debo concordar hasta cierto punto con emeterio gómez cuando cuestiona esas posturas absolutistas de ciertos intelectuales que quieren interpretar el problema de honduras como si fuera blanco y negro.

    lo que planteo es retomar la discusion sobre la democracia, con todas sus tonalidades. acaso porque un pais vote a favor de un gobierno dictatorial este gobierno se vuelve democratico?

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